El lanzador zuliano Silvino Bracho debutó el domingo 30 de agosto de 2015, con los Cascabeles de Arizona, donde trabajó por espacio de un episodio, permitió un imparable, otorgó un boleto intencional y ponchó a un bateador en intento de toque. El marabino me relató, para PANORAMA en aquel momento, su experiencia desde la noche que fue notificado sobre su ascenso hasta el final de su primera experiencia en las Mayores.
Gerardo Boscán Villasmil
“Desde chamo, desde que iba a la pequeña liga La Limpia en el estadio El Libertador, iba acompañado por mis papás, especialmente por mi hermana Yuneidis. Siempre me ayudaba y hablaba con confianza, alegría. Me decía: ‘papi, vos váis a ser grandeliga. Vas a ver’.
Yo no pegué un ojo entre la noche que me dieron la noticia que me subirían y el momento que entré a jugar. Nada. Estaba muy molesto la noche anterior, tenía como cuatro días sin lanzar y el mánager de doble A, Robby Hammock, me puso a lanzar perdiendo el juego por varias carreras. Para completar, me hicieron dos más. No quería nada, hablar con nadie.
Conversé con mi mamá, ella trataba de calmarme, me decía que esas cosas pasaban que yo sabía lo que tenía, lo que tenía que hacer. Le dije que la llamaba en un rato, que iba a comer. Cuando estaba en eso, me llamó mi coach de pitcheo y me dijo que se estaban abriendo dos cupos: uno en triple A y otro en grandes ligas, pero que yo no iba a estar más ahí, que no iba a triple A sino a Las Mayores. De una vez, al otro día.
No podía creerlo. Le pregunté si era verdad y me dijo que ellos no iban a jugar con eso. Que me preparara. ¡Increíble!
Me fui al cuarto, llamé a mi mamá, ella me había seguido enviando notas de voz diciéndome que me calmara y todo eso. Le dije ‘mami ¿Dónde estás? ¿Y papi? Ve a buscarlo’. Cuando se juntaron se los dije: ‘me llamaron a las Grandes Ligas’. Yo solo escuchaba gritos y celebración. Ella me decía ‘¿viste? Yo te dije’. Lloraron, lloramos. Estábamos muy emocionados.
Mi hermana no se pelaba, ella me lo dijo muchas veces. Que este sería mi año. La recordé muchísimo.
El día de ayer (domingo) fue muy largo, tuvo de todo. Como no dormí escuchaba cosas a cada rato en el cuarto. Yo rezaba, tratando de dormir, hablándole a mi hermana ‘ya lo hicimos mami, ahora vamos para arriba’, pero nada.
Uno de los vuelos, el de Houston a Arizona, se retrasó. Yo tenía ganas de reír, llorar, gritar. Tenía hambre pero no comí nada, no podía. Cuando aterricé en Arizona, mi abogado me estaba esperando. Me llevó unas arepas con jamón y queso y medio comí. No quería nada. Había que hacer varias cosas antes de ir al estadio. Comprarme unos zapatos, una camisa. En Grandes Ligas se viaja así, bien elegante. Pero yo no tenía nada de eso, así que tuve que resolver todo.
Antes de llegar al estadio estaba algo desesperado y muy tenso. Cuando finalmente llegué, al primero que ví fue a Ender (Inciarte), me saludó, me dijo: ‘mi hermano, bienvenido’. Luego (David) Peralta y así el resto de los jugadores, pasando por los americanos.
Tuve que correr porque llegué una hora antes del juego, a medirme todo el uniforme, el pantalón, la camisa, organizarme ahí. No me dio tiempo para nada, ni correr en el campo. Apenas me estiré en el bullpen después que le hablé a mi nuevo pitching coach. Él ahí me trató muy bien, me dijo que me calmara, que debía hacer lo mismo que hice en las menores, que eso fue lo que les gustó de mí.
Cuando estaba en el bullpen me decía a mí mismo que cómo ha pasado el tiempo, que ya estaba ahí cumpliendo mi sueño, el mejor béisbol del mundo, miraba todo asombrado. Me miraba y me decía ‘Wow’.
El teléfono del bullpen sonó y el coach me dijo que si todo iba igual en el noveno episodio (perdíamos 4-3) yo iba a ir a pitchar. Dije ‘bueno, llegó el momento’.
Él de inmediato me dijo ‘mira, haz lo que sabes hacer que es lo que nos gusta. No te va a dar nervios ni nada porque tú has lanzado en Venezuela y allá es más difícil que aquí’.
Yo no sentí nervios, solo tenía mucha, mucha ansiedad. Quería demostrar al mánager y mis técnicos qué podía hacer el trabajo y gracias a Dios así fue.
Traté de cuidarme con Billy Buttler, ser muy perfecto. Sentí que lo tenía listo. Soy un lanzador que tengo la ventaja que siento el ‘feelling’ contra los lanzadores y dije que lo tenía dominado, pero tratando de ser fino, perfecto y querer hacer muy buenos pitcheos. No me enfoqué en ganarle la batalla sino en querer hacer lo mejor. Me equivoqué y le dejé un lanzamiento que era recta adentro, la lancé afuera. Conectó con fuerza al jardín derecho. Me dije ‘¿Qué pasa? Tengo que hacer lo que sé hacer, lanzarla donde debo que la perfección me llegará con la experiencia’.
Con mi primer ponche (a Billy Burns) quedé sorprendido, no entendí por qué un bateador en cuenta de 3-2 intentaba un toque con hombre en segunda, fue después de un wild pitch. Ender, después del juego, me habló sobre sobre eso. Me dijo que él (Burns) intentó ayudar a su equipo y por eso hizo lo del toque, no tratan de hacer números.
Pero bueno, ya él había hecho el trabajo de mover al corredor y que debía estar preparado para todo. Me llegó el ponche, no como acostumbro, pero de esos van a venir muchos más.
Cuando estuve en dos outs debía ser más cuidadoso con (Josh) Reddick. Tenía un plan establecido desde el bullpen, con qué debía trabajar a cada bateador, pero decidieron que lo boleara. Pensaron en veteranía, que lo moviera y me enfrentara al derecho. Me sentí más cómodo en el turno. Eso es experiencia y decisiones que debo aprender a aceptar. Luego pude sacar el último out y todo fue más tranquilo.
Di Gracias a Dios, pasó el primer inning en Grandes Ligas. Los demás vendrán, poco a poco, mucho más ahora. Cuando llegué al dugout el mánager me felicitó, que hice un gran trabajo, que lo hice bien. Todos me apoyaron, me animaron. Me dieron mucha confianza.
Lo que queda es aprovechar las oportunidades y demostrar que puedo hacer el trabajo.
Lo que más me llena de emoción es que le prometí a mí hermana, cuando estaba en la urna, que cumpliría mi promesa. ‘Mami, te dije que te iba a dar ese orgullo’. Estoy seguro que ella aún estuviera llorando y dando gritos de la felicidad que seguro tiene desde el cielo. Fue tanta su fe, la de mi familia y mi abogado, la gente que siempre me ha apoyado, que se consiguió lo que queríamos. Ahora vamos por más, con Dios y mi hermana. Amén”.
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