Uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Siempre
tenemos esto en la mente cuando dejamos escapar a alguien, o una oportunidad
grande en la vida para alcanzar una meta, la felicidad que uno inconstante
busca. Pero en el caso de Gustavo Pérez, de lejos, se sabe que es mucho lo que
se perdió en su partida.
Él nunca buscó la felicidad. De hecho, siempre la llevaba
con su manera de saludar. Pocas veces de un apretón de mano, siempre con un
abrazo. “¿qué pasó hermano? ¿Cómo te portáis? ¿Y la cría?”. Pendiente del
resto, de lo que sabe que a uno le interesaba, preocupa. Eso ya, de cajón, te
mostraba su olfato periodístico, ese que fue reconocido nacionalmente en tres
oportunidades.
A título personal te agradeceré en oración el respeto que,
como pocos, me brindaste dentro de mi inexperiencia y frustraciones. Vos
conociste, callado, mis deseos y metas. Vos me diste ese aire de confianza que
la gente buena sabe transmitir.
“Los demás te van a ver como vos queréis que te vean,
manito”, me dijiste cada vez que me viste cabeza agacha. “No le paréis a nada,
“Gerard”. Echále bolas que tenéis dos chamitos que alimentar”, me recordaste la
última vez que te vi en el estadio Luis Aparicio. Vos tenías cómo entenderme.
Teníamos las mismas ganas de hacer lo que amamos, solo que con diferente
ambiciones. Muchacho al fin.
Nunca te quedaste hasta el final del juego. Poquito después
de las 9:00, sigiloso como ave de caza, “pájaro”, como te conocimos, alzabas el
vuelo a tu nido, tu hogar, para acompañar a tu esposa e hijo. Gran ejemplo para
los que tenemos familia que mantener y atender. “Si no lo hacéis vos ¿quién lo
va a hacer?”, me comentaste.
No te ibas por desinterés. Eras crítico, serio, objetivo y
entregado a tus cosas. Pero siempre estuviste un paso adelante. No tenías que
ver completo el juego para saber qué pudo haber pasado la noche anterior. No
por eso hiciste comentarios fuera de lugar ni despectivos. Mucho menos fuera de
lugar. Bastaba con leerte en 140 caracteres en el twitter. No te hizo falta
echarle tecla a dos cuartillas.
Por cuestiones del destino no pude compartir con vos mucho
más de lo que deseé, de lo que me permití. Una lástima no haber podido
aprovechar un poco más la presencia que nos brindaste. Eras callaíto. No por
querer esconder algo, simplemente eras un “viejito” nuevo. Una autoridad.
Siempre reconocerán a este impreso (Mi Diario) como vitrina
para el deporte menor. Pero seguro estoy que si no hubiese sido por vos ninguno
de nosotros habría podido crecer, tomando en cuenta al futuro de este país, los
chamos. Nunca te importó lo que recibirías. Tú altruismo fue suficiente para
ellos al robarle una sonrisa, una expresión de cariño.
Los micrófonos de la radio deportiva zuliana quedarán
vacíos. No porque no haya quien lo ocupe, sino por lo difícil que será llenar,
con ese mismo cariño y desinterés día a día en Al Calor del Deporte, en Fe y
Alegría, lo que tú expresabas.
Partiste pronto, Gustavo. Sin avisar, sin echarnos un chiste
más. Sin poder agradecerte lo que nos enseñaste en el periodismo, en el
deporte, en la vida. No tenías que ser famoso ni bien parecido. Solo tuviste
que ser gente, un don perdido en esta vida.
Perdónanos por haber sido tan malos en el terreno y no darte
un título en la Liga de Softbol que creaste para unificar al medio periodístico
de la región. Hasta eso chico te debemos.
Cuídate mijo, que la Virgen arrope con su manto a tu familia
y Dios te reciba con el mismo cariño con el que todos te recordaremos. Gracias
por todo.
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